El dolor aleja a cualquiera de casi todo; el dolor es capaz de obligarte a hacer cosas que nunca pensarías hacer, como culpar a Dios de tu infelicidad.
Dolor; una simple palabra pero tan llena de significado. He llegado a comprender que el dolor es la emoción más fuerte que alguien puede llegar a sentir. Al contrario que cualquier emoción, es la única que todo ser humano tiene garantizado sentir en algún momento de su vida, y no hay ventaja del dolor, no hay aspectos positivos que puedan verlo desde otra perspectiva, solo existe la abrumadora sensación del propio dolor.
El dolor lento y constante del tipo que sobrevive cuando has sido herido repetidamente por la misma persona, y aun así aquí estás, aquí estoy permitiendo que el dolor continúe y nunca acabe.
He decidido que el dolor ardiente, abrasivo e inevitable es el peor. Ese dolor llega cuando por fin comienzas a relajarte, cuando por fin respiras pensando que algunos problemas son cosa del ayer, cuando en realidad son parte del hoy, de mañana y de todos los días después de mañana. Ese dolor llega cuando has puesto todas tus esperanzas en alguien y éste te traiciona tan completa e inesperadamente que el dolor te aplasta y te sientes como si casi no pudieras respirar, apenas aferrada a esa pequeña fracción de lo que sea que se queda en tu interior y que te suplica que sigas adelante, que no te rindas.
A veces la gente se aferra a la fe. A veces si eres lo suficientemente afortunado puedes apoyarte en alguien y confiar que te alejara del dolor antes de que te consuma. El dolor es uno de esos lugares horribles que una vez que los visitas, debes luchar por abandonarlo, e incluso cuando crees que has escapado, descubres que te han marcado de forma permanente. Si eres como yo, no tienes a nadie en quien apoyarte, nadie que te coja de la mano y te asegura que conseguirás salir de este infierno, solo te queda atar tus propias botas, coger tu propia mano y sacarte de allí tu misma.